Carta de despido: necesidades del patriarcado
Hace dos años comenzó en las Universidades chilenas un movimiento que desencadenó una de las mayores movilizaciones de los últimos años: el movimiento feminista. El año pasado el colectivo las tesis le decía al mundo que ‘El patriarcado es un juez, que nos juzga por nacer y nuestro castigo es la violencia que no ves’.
Desde los espacios cerrados, y tradicionalmente ‘puros e intachables’ de las Universidades chilenas, surgieron testimonios de acoso sexual, laboral, hostigamiento, sexismo y tantos otros ejemplos de violencia contra las mujeres en espacios educativos.
Las Universidades han sido cómplices de abusos y acosos, han callado, ocultado y han protegido a acosadores y maltratadores. Esta realidad se ha construido sobre una base subordinada de la reproducción social clásica del país, la cual se traduce en una política universitaria de carácter dependiente de la voluntad y decisión de los hombres, más que de las decisiones y soberanía de las comunidades universitarias.
El movimiento feminista permitió mostrar en su magnitud la estela de impunidad en que se encontraban las víctimas de violencia: las denuncias no eran procesadas ni se sancionaba a los culpables. Como consecuencia de este movimiento que salió a las calles y se extendió en todos los espacios, en las universidades se crearon Direcciones de Género y se redactaron protocolos de acoso, entre otros, sin embargo, la violencia estructural aún existe.
Las Dras. Vania Figueroa y Karina Bravo fueron desvinculadas de la Universidad de O’Higgins por haber denunciado acoso laboral a la Dra. Bravo y haber testificado a su favor. La Dra. Figueroa no pudo continuar con su destacada carrera científica, pese a tener un proyecto de inserción PAI-CONICYT. Hace un par de meses, la Dra. Adriana Aránguiz –en plena pandemia por COVID-19– fue desvinculada de la Universidad Católica del Norte ‘por necesidades de la empresa’, esto tras haber sido una activa defensora de los derechos de las estudiantes y académicas de dicha Universidad y por haber apoyado a las víctimas de violencia. Pero bien sabemos que estas no son ‘necesidades de la empresa’, son necesidades del patriarcado.
Así funciona, como un halo oscuro de jerarquías, complicidad, silencios y aislamiento. Poco a poco, se nos obliga a callar, a acatar y seguir adelante. Las denunciantes son valientes y dignas. Las consecuencias de denunciar pueden ser irreparables en sus vidas y carreras.
Es inaceptable que estas prácticas sigan ocurriendo. ¿Cuántos sumarios por acoso sexual siguen en curso? ¿Qué pasó con los acusados? ¿Cuáles fueron las sanciones a los culpables? ¿Cuántos protocolos de género incluyen a funcionarias académicas y no académicas? No lo sabemos. Pero es probable que muchas víctimas sigan encontrándose a sus victimarios en los pasillos de las Universidades que lucen orgullosas en grandes carteles sus años de acreditación.
¿Cuáles han sido las consecuencias para quienes apoyaron el movimiento feminista? Conocemos algunos casos como el de la Dra. Adriana Aránguiz y la Dra. Eva Reyes que fueron despedidas de sus instituciones, pero ¿qué pasó con las demás? Algunas luces: renuncias, despidos, depresión, estrés, aislamiento, persecución, querellas por denunciar, acoso laboral, hostigamiento por redes sociales, obstáculos para continuar con la carrera académica, entre otros.
Es el calor de la historia el que forja la forma de nuestras instituciones universitarias. Por ello, hoy más que nunca es necesario una cultura universitaria distinta, que levante instrumentos y políticas que se hagan cargo de las violencias expuestas anteriormente y que permita superar todo acto de discriminación ante las ambigüedades reglamentarias. Esta reflexión debe dotar de claridades desde una mirada política que se define en el marco de conquistar avances y garantías de protección para las mujeres, ya sea en el ámbito estudiantil, académico o administrativo.
Basta. Estamos cansadas de tener que defendernos no sólo de la violencia que rodea día a las mujeres, sino que también la que ocurre en los espacios donde trabajamos. Las Universidades no nos cuidan. Ahora, en tiempos de la ‘equidad de género’ se nos invita a ser parte de claustros y proyectos porque ‘es bien visto’ y lo exigen las bases’, pero en el fondo muy poco ha cambiado.
Basta. Como Red de Investigadoras Zona Norte decimos basta de violencia e impunidad en nuestras instituciones y apoyamos fraternalmente a nuestras colegas que han sufrido despidos por causas relacionadas a violencia de género al interior de las universidades.